El verdadero grafiti, tal y como hoy lo
conocemos, nació hace no tanto. Hace un siglo a
principio de los 70, en NY, en las vías del tren.
Como casi siempre ocurre en los grandes
movimientos, ni el momento ni el lugar de su origen fueron fortuitos. La década
de los 70 fue una época de rebeldía, de lucha social y política, de
disconformidades, de desestabilidad y de querer
gritar al mundo el ansia de un cambio.
Los trenes viajaban por todo el mundo,
atravesaban ciudades y los veían diariamente millones de personas, por lo que
eran el lienzo perfecto para darse a conocer y traspasar
fronteras sin moverse de su ciudad.
Diez años después de ese primer grafiti en un
vagón de tren, según dicen, del mensajero de NY, Taki 183, no había tren que no hubiera sido pintado, al
menos una vez, de arriba abajo.
Y lo que empezó en NY en unas vías del tren,
acabó extendiéndose por todos los rincones del mundo. La competición de la
ilegalidad había comenzado. Aquel que fuera más arriesgado, audaz, rápido y
sigiloso en colocar su “marca”; ganaba la batalla.
Una batalla donde no existía aquello de “todo vale”, y donde a pesar de no haber un papel
con las normas escritas, las hay implícitas y todos los que juegan en esta
partida las conocen. Nadie sabe bien desde cuándo están ahí ni cómo
surgieron, pero ahí están y se respetan casi a la perfección.
Al principio fueron nombres, números, firmas
ilegibles, letras en 3D y después terminó convirtiéndose en ARTE con
mayúsculas. Como dice Javier Abarca, artista,
escritor y experto en arte urbano, “No
es que graffiti y arte urbano sean padre e hijo, sino hermanos nacidos en una
misma época, con unos objetivos
y metodologías diferentes y un espacio común”
Por ello, para entender uno hay que saber del
otro, porque de una forma u otra se complementan y se explican por sí mismos,
con sus diferencias y sus similitudes.
ARTE URBANO
VS GRAFFITI
El primero, el graffiti, adopta códigos especializados, difíciles
de interpretar por el
espectador y se rige por unas normas cerradas. Sin embargo el arte urbano
cuenta con una mayor libertad y busca
conectar con el público usando
como armas la estética, el entorno cotidiano y la ironía.
Así lo explica 3TT, artista francés afincado en Madrid, “Para mí lo interesante del trabajo
en la calle es que te tienes que adaptarte al medio, al pueblo, a la cultura
del lugar... No voy a pintar de la misma manera en Madrid que en Marruecos o en
la cima de una roca en Torrelodones. Si mantienes eso en mente hay más
posibilidades de que las personas se relacionen con tu trabajo y sienta respeto
por ella”
El grafiti tiene el factor de ilegalidad como su base, su origen. Sin embargo,
el arte urbano es compatible con la legalidad y con la remuneración de intervenir
una pared.
He aquí el debate y la discusión por la que
grafiti y arte urbano, por mucho que sean hermanos, no se llevan, en ocasiones
muy bien (como dos hermanos en plena adolescencia, vaya)
“Puede que se utilice el mismo medio, que es
la calle, puede que se utilicen los mismos materiales, o que incluso lo
desarrollen las mismas personas, pero grafiti y arte urbano no son lo mismo,
son completamente diferentes, sobre todo porque tienen finalidades casi
opuestas” dice Spock, grafitero y
artista urbano madrileño.
Lo que ocurre es que como en todo, existen
varios caminos que tomar. O quedarse en el graffiti puro, o experimentar,
evolucionar, investigar, estudiar y formarse para ir más allá de la ilegalidad.
Para hacer del hobbie una profesión. Para vivir de ello y comer del arte.
Pero eso de cobrar por algo que empezó siendo
ilegal, muchos no lo entienden.
¿No es quizá mejor que el sistema contra el
que protestaban muchos en las paredes, haya rectificado ahora y apueste por
pagar a artistas urbanos para que colaboren en algunos proyectos, festivales o
pinten la fachada de un edificio emblemático de la ciudad?
Muchos han optado por esa senda y han hecho
de este arte su profesión, llegando a exponer en museos de la talla del Reina
Sofía y por la noche salir a pintar en la calle de forma ilegal como buen
grafitero. Dos formas de vida, que no tienen por qué ser incompatibles.
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