viernes, 4 de julio de 2014

Origen del Graffiti y del Arte Urbano. Dos hermanos que no se llevan bien.

El verdadero grafiti, tal y como hoy lo conocemos, nació hace no tanto. Hace un siglo a principio de los 70, en NY, en las vías del tren.

Como casi siempre ocurre en los grandes movimientos, ni el momento ni el lugar de su origen fueron fortuitos. La década de los 70 fue una época de rebeldía, de lucha social y política, de disconformidades, de desestabilidad y de querer gritar al mundo el ansia de un cambio.

Los trenes viajaban por todo el mundo, atravesaban ciudades y los veían diariamente millones de personas, por lo que eran el lienzo perfecto para darse a conocer y traspasar fronteras sin moverse de su ciudad.

Diez años después de ese primer grafiti en un vagón de tren, según dicen, del mensajero de NY, Taki 183, no había tren que no hubiera sido pintado, al menos una vez, de arriba abajo.  

Y lo que empezó en NY en unas vías del tren, acabó extendiéndose por todos los rincones del mundo. La competición de la ilegalidad había comenzado. Aquel que fuera más arriesgado, audaz, rápido y sigiloso en colocar su “marca”; ganaba la batalla. 

Una batalla donde no existía aquello de “todo vale”, y donde a pesar de no haber un papel con las normas escritas, las hay implícitas y todos los que juegan en esta partida las conocen. Nadie sabe bien desde cuándo están ahí ni cómo surgieron, pero ahí están y se respetan casi a la perfección.

Al principio fueron nombres, números, firmas ilegibles, letras en 3D y después terminó convirtiéndose en ARTE con mayúsculas. Como dice Javier Abarca, artista, escritor y experto en arte urbano, “No es que graffiti y arte urbano sean padre e hijo, sino hermanos nacidos en una misma época, con unos objetivos y metodologías diferentes y un espacio común”

Por ello, para entender uno hay que saber del otro, porque de una forma u otra se complementan y se explican por sí mismos, con sus diferencias y sus similitudes.

ARTE URBANO VS GRAFFITI

El primero, el graffiti, adopta códigos especializados, difíciles de interpretar por el espectador y se rige por unas normas cerradas. Sin embargo el arte urbano cuenta con una mayor libertad y busca conectar con el público usando como armas la estética, el entorno cotidiano y la ironía.

Así lo explica 3TT, artista francés afincado en Madrid, “Para mí lo interesante del trabajo en la calle es que te tienes que adaptarte al medio, al pueblo, a la cultura del lugar... No voy a pintar de la misma manera en Madrid que en Marruecos o en la cima de una roca en Torrelodones. Si mantienes eso en mente hay más posibilidades de que las personas se relacionen con tu trabajo y sienta respeto por ella”

El grafiti tiene el factor de ilegalidad como su base, su origen. Sin embargo, el arte urbano es compatible con la legalidad y con la remuneración de intervenir una pared.

He aquí el debate y la discusión por la que grafiti y arte urbano, por mucho que sean hermanos, no se llevan, en ocasiones muy bien (como dos hermanos en plena adolescencia, vaya)

“Puede que se utilice el mismo medio, que es la calle, puede que se utilicen los mismos materiales, o que incluso lo desarrollen las mismas personas, pero grafiti y arte urbano no son lo mismo, son completamente diferentes, sobre todo porque tienen finalidades casi opuestas” dice Spock, grafitero y artista urbano madrileño.

Lo que ocurre es que como en todo, existen varios caminos que tomar. O quedarse en el graffiti puro, o experimentar, evolucionar, investigar, estudiar y formarse para ir más allá de la ilegalidad. Para hacer del hobbie una profesión. Para vivir de ello y comer del arte.

Pero eso de cobrar por algo que empezó siendo ilegal, muchos no lo entienden.  

¿No es quizá mejor que el sistema contra el que protestaban muchos en las paredes, haya rectificado ahora y apueste por pagar a artistas urbanos para que colaboren en algunos proyectos, festivales o pinten la fachada de un edificio emblemático de la ciudad?
  
Muchos han optado por esa senda y han hecho de este arte su profesión, llegando a exponer en museos de la talla del Reina Sofía y por la noche salir a pintar en la calle de forma ilegal como buen grafitero. Dos formas de vida, que no tienen por qué ser incompatibles.


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