domingo, 21 de diciembre de 2014

De madre a hijo: Ceesepe

Siempre fui algo caótica y supongo que por eso la gran mayoría de mis hijos, biológicos o no, han heredado, cada uno en su medida, parte de ese caos.

Carlos es un ejemplo. Nació hace 56 años y desde el momento que le tuve entre mis brazos, supe que era diferente. No me equivoqué. A sus 15, ya estaba haciendo ruido entre mis calles y formando parte de lo que un día me cambió por completo, la movida madrileña.

Recién despertada de una dictadura, confieso que tenía sed de cambio. Y fueron ellos, mis hijos de aquel momento, los que me empujaron a convertirme en una de las capitales más trasgresoras del momento. Dejé atrás toda atadura y comencé a visitar galerías, a cantar en conciertos, bailar hasta altas horas de la noche y fumar de la mano de una tal María.

Carlos, al que empezaron a llamar Ceesepe por las iniciales de sus apellidos, también bailó, cantó y consumió arte y María. No sé muy bien cómo lo hizo, pero con apenas 18 años, ya radiaba genialidad, ya era un artista.

Comenzó demostrándolo con el cómic underground. A mediados de los 70, y durante 10 años, vivió con su otra madre, la señora Condal, donde le conocían como El Fantasma, porque nadie sabía muy bien dónde estaba y qué hacía. Allí, trabajó con grandes dibujantes como Max, Nazario o Mariscal, pero siempre le gustó volver a casa y fue aquí donde se ganó la vida colaborando con revistas como Star, Bésame mucho o la que lleva por título mi nombre de pila, Madriz.

Poco a poco se convirtió en uno de los protagonistas de La movida y su fama fue tal, que en el año 84 fue uno de los autores más vendidos en la prestigiosa feria de ARCO. Decidió dejar el cómic a un lado y tras retirarse continuó su carrera con la pintura, la que le llevó de exposición en exposición por Ámsterdam, París, Ginebra, Bali o Nueva York. 



Siempre pensé que Carlos, como yo, era el resultado de una mezcla de componentes tan diversos que le hacían único y extraordinario. Ese rojo constante y su uso violento del color hace que sus obras parezcan realizadas por un fauvista alejado de su tiempo. Los escorzos imposibles, la poca importancia del volumen, los temas prohibidos, las mujeres, el sexo, la defensa de la libertad individual y la visión subjetiva, aportan a sus obras unas dosis de expresionismo que recuerda a Kirchner. Sin embargo, las formas angulosas y sus multitudes teñidas de un rojo profundo, son algo más Groszianas. Y como hijo de caótica que es, Carlos no duda en añadir en ocasiones, un cubismo picassiano que pone la guinda a un pastel de múltiples capas y sabores.

Desde que nació ha sido un culo inquieto y no puede estancarse en una misma técnica durante mucho tiempo. Por ello comenzó a investigar con las nuevas tecnologías y a crear obras con Photoshop. Él estaba orgulloso, pero la gente quería algo tangible, y Ceespede se lo tomó al pie de la letra. Tan tangible que creó las cajas: Unas obras en 3D con objetos de lo más insólitos y diferentes que, en su conjunto, forman un cuadro al que le falta espacio y le sobra mensaje. Tornillos, jaboneras, palillos chinos, muñecos, metales, madera, fichas de dominó… Todo ello, por diverso que parezca, al final terminaba formando un “algo” sorprendentemente homogéneo.

He vivido con él desde 1958 y como ciudad natal que soy, puedo decir que Carlos es algo complicado de tratar, tozudo y de pocas palabras pero es, quizá, ese desbarajuste y su soledad lo que hace de sus obras, una obra de arte.





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